
Los abrazos que le dio la Reina Sofía al piragüista David Cal tras sus dos medallas en Atenas 2004 fueron una de las imágenes que dejaron esos Juegos. Aquel joven gallego, extremadamente introvertido y hasta entonces desconocido para la masa se había convertido en la estrella española del momento.
Su oro y plata en una misma cita olímpica lo colocaron entre los más grandes deportistas nacionales de la historia, pero más que su gesta en el agua, lo que más interés despertó fue su personalidad. "Algunos días no me habla ni siquiera a mí. Pero se le perdona, porque es un buen tío. Hay que conocerle para empezar a apreciarle", desvelaba entonces su entrenador, Suso Morlán.
Con él lleva desde los 14 años y con él se ha convertido en una potencia física capaz de dar 80 paladas por minuto, algo inalcanzable para muchos de sus rivales. De pequeño practicaba muchos deportes, como el fútbol sala, el atletismo y hasta el kung fu, pero desde muy joven se vio que lo suyo era el piragüismo.
Ahora ya es estrella con nombre verdadero, y después de un ciclo olímpico condenado al ostracismo de los deportes minoritarios, este aficionado a la música heavy y al rock urbano regresa al primer plano con todos los focos sobre él, con el añadido de ser el abanderado español, un peaje incómodo para un deportista que prefiere el anonimato total.
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